Enrique Álvarez
“¡Al cuadrito carajo!” es una frase que generalmente suelo gritarle al jugador cuando tira a la portería y su disparo es muy desviado.
La portería es un rectángulo de 8 yardas de ancho por 8 pies de altura. Esta medida es fija en las diferentes canchas profesionales donde se juegue, pero es variable ante los ojos de delanteros y porteros.
Un delantero que está de frente al arco siente que la portería se reduce al disparar a gol. Y un portero siente que se hace más ancha cuando se acerca un cobrador de penales.
La portería siempre está acompañada del área. Esta zona, conocida como área penal o área grande, es una zona de estrés para toda persona que está en un estadio.
En cuanto un delantero pisa el área con balón dominado explota el estrés en el portero rival, en los defensores y hasta en el árbitro. El estrés es contagioso. Sale de la cancha, se transmite al técnico y sube a la tribuna. Unos sufren, otros se emocionan. Quien ataca se presiona. Quien defiende sufre de incertidumbre. En la tribuna las palpitaciones aumentan.
Todo esto lo corroboré ayer en el final del partido Querétaro contra Guadalajara donde Gallos tuvo opciones, tiros a modo dentro del área, pero la portería se redujo para el delantero que sufría de estrés; los técnicos vieron las jugadas en vivo como si fuera cámara lenta, mientras el público rugía, fusionándose gritos de emoción y de alivio.
El estrés se posicionó en el cuerpo de los atacantes plumíferos que tiraron desviado mientras su servidor gritaba “¡al cuadrito carajo!”.
Al salir del estadio, recordé al poeta del balón, Jorge Valdano, quien dijo en alguna ocasión: “Romario es el único jugador en el mundo que entra al área como si entrara a la sala de su casa”.