Alejandro Gutiérrez Balboa
En distintos países de América Latina se ha librado una larga y muy difícil lucha para lograr que los presidentes no despilfarren los recursos monetarios, lo que invariablemente sólo ha conducido a mayor inflación, a déficits fiscales, mismos que posteriormente obligan a parar en seco la economía con el resultado final de un empobrecimiento generalizado. Esto ha sido una constante de los políticos populistas en toda la región y las lecciones parecen no haberse aprendido. Una y otra vez, los políticos irresponsables despilfarran los recursos públicos.
Y es que el atractivo de aparecer como redentores de los pobres es consustancial a las gestiones populistas. Ejemplos hay muchos, desde la nefasta dupla Perón-Evita, pasando por Getulio Vargas, Alan García, Luis Echeverría y José López Portillo, Salvador Allende, hasta llegar a Evo Morales, Hugo Chávez y Nicolás Maduro. No hay presupuesto que cubra las medidas de “apoyo” a los pobres con las que los dirigentes demagogos pretextan derrochar el dinero.
Hoy le ha tocado a Brasil. El presidente Luis Inácio Lula da Silva, a tan sólo un año de su nueva gestión, ya despilfarró todo el superávit que heredó de su antecesor Jair Bolsonaro y la economía brasileña ha vuelto a las etapas de déficit que no se les ve salida. Todo debido al excesivo gasto público que caracteriza a los populistas, con programas que anuncian y publicitan como de atención y alivio a los más pobres, pero que irremediablemente terminan multiplicándolos exponencialmente.
En tan sólo un año, Lula revirtió un superávit del 0.6% del PIB y hoy el déficit ronda por el 1.24%, que equivale alrededor de 40 mil millones de dólares. No pudo revertir la ley que otorga autonomía la Banco Central, impulsada por su antecesor, ya que, de haberlo hecho, hubiera procurado financiar el excesivo gasto con emisión monetaria. No cabe duda que es un gran logro fijar en las leyes la autonomía de los bancos centrales.
Brasil es hoy la mayor economía de América Latina, superior a la de México, y las medidas de su presidente garantizan no sólo un aumento de la pobreza, del nivel de vida de la población, sino unos desequilibrios fiscales que tarde o temprano habrá de pagar el pueblo brasileño, no así sus autoridades irresponsables.
De ahí la importancia de no elegir esta clase de políticos que prometen resolver la pobreza, pero una y otra vez logran lo contrario. Más que probado está que la única economía que mejoran es la suya propia, la de sus familias y las de sus allegados.