El amor es considerado como un sentimiento universal inherente al alma de todos los hombres, sin importar su condición, raza, sexo o pensamiento. Siempre ha sido un tema que ha inquietado a los grandes pensadores de la humanidad: Poetas, juristas, filósofos, artistas, músicos, escritores, que se han reflexionado de distintas maneras acerca de él.
Dicen los expertos que hay diferentes clases de amor, ya que se puede amar a una persona en toda la extensión de la palabra.
Se puede amar a una pareja, hijos, padre, madre, hermanos, abuelos, amigos, algunos seguidores de distinta religión manifiestan amar a su Dios y por supuesto a nuestra profesión.
Lo extraordinario del amor es que no puede ser tasado por alguna cosa, pues no existe semejanza para igualarlo. Tampoco es fácil poder demostrarlo. Las riquezas, la fama, el poder, no equiparan la sensación de tener el alma plena de este sentimiento.
Existen distintos tipos de interpretaciones del amor y a manera de ejemplo: Egoísta (desmedido amor por uno mismo), altruista (sentimiento espiritual que nos mueve a realizar actos en busca del bienestar ajeno) entre otros más. Es regido en el ser humano por sus procesos sicológicos y cognitivos, cambiando ligeramente sus expresiones por el filtro de la cultura o sociedad en que se vive.
Aparentemente, no es exclusivo de la especie humana. Algunas especies como primates u otras de sistema nervioso complejo, según estudios científicos, han llegado a demostrar entre sus congéneres comportamientos bastante similares a lo que antropológicamente definimos como amor. Creo que si influye el conocer el amor para hablar del amor y tomar en cuenta que para el caso de los juristas tenemos que amar nuestra profesión, como sugiere el decálogo de Eduardo J Couture, sobretodo porque en nuestras manos está la libertad de la personas, su dignidad, su patrimonio e inclusive hasta su propia vida.
“El amor puede transformar absolutamente todo a manera de ver la vida de diferente manera, Gabriela Navarro”.
Por: Sergio Arellano Rabiela