Los abuelos chinos decían a sus descendientes que la mejor herencia que podían dejarles era que vivieran ‘tiempos interesantes’. Sin duda, a los nacidos a mediados del siglo XX, nos ha atropellado esta herencia. En menos de 50 años, la era digital nos obligó a dar un giro radical: de la máquina de escribir, el extensil, los acetatos y más, pasamos a la web, el power point, la nube. La inicial resistencia a cambiar el papel por lo digital, ha sido compensada por el acceso infinito a la información, la noticia al minuto de lo que sucede en el otro lado del planeta. ¡Impactante y maravillosa época!
Indudablemente, la red digital, el internet, ha trastocado la relación con el tiempo y el espacio. No hace falta consultar el diccionario o la enciclopedia, con googlear caen todas las respuestas. Sin duda, el avance trae consigo, beneficios pero también costos muchas veces imprevisibles como la afectación a los vínculos sociales. En ese ritmo acelerado, no cabe la espera; ahora, el mensaje de texto, lo resuelve todo.
La acumulación de información facilita el acceso al conocimiento pero provoca la saturación que obliga a desechar y eliminarla con la misma velocidad que se obtiene. Reduce el espacio de la vida privada a la habitación o al ciber café con laptop y celular. Todo es rápido, rápido hasta la enajenación. Es un mundo cobijado y unificado por el mercado, la inmediatez, lo instantáneo que acaba en lo efímero. Lo complejo es gestionar el tiempo personal, libre y familiar. Y éste, es el gran pendiente.
Por otro lado, las nuevas tecnologías han reforzado las tendencias hacia una mayor desigualdad provocada por la brecha digital. En 2015, 81 por ciento de los hogares en el mundo desarrollado tenían acceso a internet, la proporción de los países en desarrollo fue de 34 por ciento y la de los menos desarrollados, de 7 por ciento.
En las últimas décadas, se popularizó el concepto de millenials, una red que entiende el valor del dinero, aprecia su libertad y se comunica a través de la tecnología. Responde más a los jóvenes estadounidenses que a las características sociales de la generación mexicana.
En México, según INEGI, el 29 por ciento de la población tiene acceso a la tecnología, a pesar de que el uso de internet aumentó de 7 por ciento a 43 por ciento en 2015. La población de jóvenes, de 15 a 34 años, es de 47 millones: 53 por ciento con educación básica; 1.9 sin escolaridad; 25 por ciento con educación media superior; 14 por ciento con educación superior.
De esta población, 7 millones, de 15 a 19 años, ni estudian ni trabajan. Son los ‘ninis’ llamados así con el objetivo de disminuir la brecha de desigualdad pero estigmatizado por su condición social. Este grupo está fuera del sistema educativo, marcado por la brecha digital al no tener acceso a la tecnología; no reciben conocimientos pertinentes ni educación con calidad. Se les ha negado la construcción de un futuro. La falta de oportunidades arrasa las expectativas.
El aumento de las comunicaciones globales, la confianza en el ciberespacio, las enormes corporaciones habilitadas con tecnología plantean preguntas difíciles acerca de la privacidad. Los avances y tecnología no sustituyen carencias y desigualdades sociales; la paradoja es que en un mundo globalizado existen pocas oportunidades para millones de jóvenes que, día a día, se enfrentan a él sin las herramientas pertinentes en un país donde primero hay que sobrevivir.
Los adultos heredamos un mundo “mejor” a nuestros jóvenes mexicanos pero con sustento insuficiente para que se incorporen satisfactoriamente a ella. Nuestro reto es propiciar que se vinculen y tejan relaciones significativas, que generen empatía ante las injusticias sociales para la construcción de un futuro en el que vivan tiempos interesantes.
No hay marcha atrás, la era digital es el signo del siglo XXI, de ahí que el eje de Davos 2016 sea La Cuarta Revolución Industrial, la digital.
Por: Patricia Espinosa Torres (*)
[email protected] / fb Patricia Espinosa Torres
(*) Política, conferenciante y humanista comprometida con la construcción de una sociedad más justa y equitativa.