A Felipe, mi hermano jesuita
Francisco en México, sencillo y austero, primer Papa latinoamericano y jesuita ha conmocionado a millones de mexicanos creyentes y no creyentes; sus sencillas y profundas palabras han impactado corazones y conciencias. No sé si a todos, pero sí a más de los que se hubiera pensado.
Viene a nuestro país con el más alto cargo eclesiástico católico, pastor y jefe de estado. En estos días, en que nos inundan innumerables relatorías, anecdotarios y análisis sobre la visita del Pontífice a México, quiero abordar, en este espacio, su sello jesuítico.
La Compañía de Jesús fundada en 1534 por un soldado vasco, Iñigo López, quien primero combatió las guerras con las armas y luego decidió dedicarse a la salvación de las almas. Sufrió un cambio radical que lo llevó a consagrarse a la vida religiosa para sembrar el germen de la Compañía, en la que reproduce la estructura militar pero al servicio de la propagación de la fe católica.
Ignacio de Loyola inició su camino como peregrino mendigando para satisfacer sus necesidades fundamentales y gastando casi todo su tiempo en la oración. Ignacio anotaba sus experiencias que, más tarde, tomaron forma en los Ejercicios Espirituales, la guía para ayudar a otros a conducir a hombres y mujeres a través de una experiencia de libertad interior con fiel servicio a los demás. Una espiritualidad vinculada a la vida, que invita a los que la siguen a levantar la mirada hacia la globalidad pero aterrizada en lo concreto y lo cercano que encara al mundo para relacionarse con las personas y las cosas.
En 1975, Pablo VI describió a los jesuitas: “Donde quiera que en la Iglesia ha habido confrontaciones: en los cruces de ideologías y en las trincheras sociales, entre las exigencias del hombre y mensaje cristiano, allí están los jesuitas”.
Y ese Papa jesuita es el que, hoy, peregrina por tierra mexicana, como mensajero de paz y esperanza; con liderazgo incuestionable para creyentes y no creyentes; provocador, mediático, intelectual y espiritual.
Más allá del escenario elitista, al ser recibido en el aeropuerto por una clase política que aprovecha la visita; Francisco elude esa parafernalia y con sencillez carea, en cada sermón, a México y a los mexicanos con sus propios demonios. Es evidente que entiende la complejidad de un país católico en declive y una jerarquía a la que habla fuerte en público para que se aleje de las seducción mundana.
Pastor que inunda al mundo católico del siglo XXI con una nueva pastoral, marcando camino con posturas críticas sobre temas intocadas por la iglesia: homosexuales, mujeres divorciadas y misericordia con las que han abortado; duro contra el crimen, impunidad violencia y corrupción. Hombre del siglo XXI que visibiliza los temas y no los evade.
Su agenda pastoral está definida por los lugares que elige: periferias y fronteras en los que se encuentran los explotados y excluidos del desarrollo; los que migran; las víctimas de la guerra de los traficantes de la muerte; niños, jóvenes, personas con discapacidad… Mensajes e ideas cuidadosamente preparadas para cimbrar conciencias en un “mundo dominado por la cultura del descarte”.
Sus palabras y discursos plagados por conceptos que cuestionan el “bien común que no goza de buen mercado”, pide a sus hermanos católicos que se inclinen sobre el alma profunda de la gente. Insiste en la civilización del amor contra el individualismo del siglo que vivimos. Nos incita a ser testigos de un Dios de rostro humano que no provoque respuestas viejas a nuevas demandas.
Indiscutible, el papa jesuita hace honor a la misión ignaciana y como soldados de Cristo en batalla, nos invita a luchar en ese campo, el de un México doliente que no se ha hecho cargo del sufrimiento del otro y en el que “las tinieblas tienen la última palabra”.
¡Bienvenido Francisco, te escuchamos!
Por: Patricia Espinosa Torres (*)
[email protected] / fb Patricia Espinosa Torres
(*) Política, conferenciante y humanista comprometida con la construcción de una sociedad más justa y equitativa.