Juan: 16,12-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”.
Reflexión
Nuestra fe en el Dios Trino
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
El cristianismo está lleno de misterios. Pero el misterio central y a la vez más profundo, que anuncia el cristianismo, es el misterio que celebramos hoy: la Santísima Trinidad.
¿Qué significa el misterio de la Trinidad para cada uno de nosotros? Todos tenemos un recuerdo, más o menos confuso, de lo que nos enseñaron en la catequesis de la primera comunión. Nos dijeron que la Santísima Trinidad consiste en el misterio de un solo Dios en tres personas. Pero antes de todo, nos avisaron que un misterio es una verdad que no se puede comprender, y que sin embargo hay que creer.
Como consecuencia nos sentíamos liberados de la obligación de buscar, de saber más. Quedábamos satisfechos con la fórmula del catecismo – una fórmula que se retiene de memoria, pero que no cambia absolutamente nada en nuestra vida. ¿No es eso lo que pasa muchas veces con el gran misterio de la Santísima Trinidad?
Sin embargo, en el misterio de la Santísima Trinidad, Dios nos revela que Él vive la vida más parecida a la nuestra, que vive una vida de familia. Dios es un Dios-Comunidad, un Dios-Familia. En esta Familia divina, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven infinitamente felices porque se aman con un amor infinito.
En Dios había necesidad de ser comunidad, para ser Dios, para ser amor. Y nuestras familias humanas fueron creadas a imagen de esta Familia divina.
Dios es PADRE. En muchos cristianos existe una falsa idea de Dios. Lo ven lejano y justiciero. El único sentimiento que les anima ante Dios es el terror. Es la idea del Dios policía, Dios gendarme, que vigila para castigarnos apenas pequemos.
Pero la verdad es otra: Dios es Padre, y nos ama infinitamente y se preocupa continuamente de nosotros. No quiere que vivamos en el terror, sino en la confianza de hijos queridos.
Dios nos creó para hacernos hijos suyos, para poder amarnos con el mismo amor infinito con que ama a su Hijo Divino, para atarnos a su corazón de Padre por toda la eternidad. Y para que este amor fuera conocido y aceptado por los hombres, Dios inventó la Encarnación de Jesucristo.
Dios es HIJO. Jesucristo es el Hijo de Dios, que se hizo hombre para poder revelarnos y realizar el plan de amor del Padre.
En primer lugar, Jesucristo vino a anunciarnos que Dios es Padre, porque desea hacernos verdaderamente sus hijos. Esa es su gran Buena Noticia: Dios es realmente nuestro Padre. Su rostro de Padre podemos verlo con nuestros ojos de carne, reflejado en el rostro de Cristo: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9), dice Él a sus apóstoles.
Además, Cristo vino a mostrarnos que el amor de ese Padre por nosotros es mucho mayor que todo amor humano. Por eso da a la muerte a su Hijo Único.
Dios es ESPÍRITU SANTO. El Espíritu de familia, el espíritu de unión, el espíritu de amor entre el Padre y el Hijo es una realidad tan fuerte que se convierte en una Persona. El Padre se entrega al Hijo, y el Hijo al Padre con una intensidad tan grande, que de ello brota otra persona: el Espíritu Santo.
Como sabemos, la historia de salvación es obra de las tres Personas divinas, pero cada una de modo diferente. Así el Espíritu Santo tiene a su cargo llevar a término la obra del Hijo, a través de los tiempos, a través de los siglos.
Es Él que guía y gobierna la Iglesia. Es Él que habita en nuestras almas, que nos educa y santifica. Es Él que nos hace gustar y comprender las cosas de Dios.
MT