Javier Esquivel
Es evidente que la estrategia que más rentabilidad política y electoral ha generado para el oficialismo en los últimos años en México ha sido la de la polarización, la del golpeteo al rival, la de generar fuego cruzado al compañero, los métodos de la denostación y la aniquilación del competidor más amenazante o al más engorroso.
Los saldos intangibles de este tipo de maniobra son los menos deseados para una democracia en ciernes y para el grueso de la sociedad: el minar la moral, la credibilidad y autoconfianza de las oposiciones, el aumento en el descrédito en la clase política y desconfianza en las instituciones.
De todas las alternativas y recursos posibles con las que se cuenta al ser el partido en el poder y poseer la mayoría de los gobiernos estatales y el federal, se eligió la opción menos creativa, la del menor esfuerzo y la que a todas luces nadie se adjudicará su paternidad.
Quienes hayan tomado la decisión de ir por esta ruta, conocen que mediáticamente los resultados son rentables por un tiempo, pero que todo golpeteo interno y externo tienen una vigencia.
La estrategia política siempre permite analizar y adoptar alternativas. Sin embargo, se seleccionó la perorata, cuya ejecución, para ser efectiva, no solo depende de las circunstancias y de los actores políticos del momento, sino mucho tiene que ver con la forma en la que se comunica cada etapa.
Toda estrategia de ataque al rival o al contrincante interno debe ser significativa para el votante, representativa de una narrativa que genere esperanza para el futuro elector.
El ataque y contrataque inútil del “quítate tu, para ponerme yo”, dejo de tener sentido para el ciudadano.
Hoy lo que podemos apreciar son varias pinceladas de un gran mosaico que no forman figura:
Una intensa autopromoción de la oferta electoral que los llevo al poder; una sobredimensionada defensa de los ataques rivales para tratar de convencer a su voto duro de que van por el camino adecuado.
Una profunda táctica de ignorar a todas las voces minoritarias e inconformes por considérales estridentes; Una obstinación por mantener férreamente la idea de que se está en lo correcto y clara terquedad por remarcar al votante del futuro de ser la mejor alternativa para la gente y, un ataque despiadado y masivo a los rivales externos y la denostación a los personajes internos que fueron aliados, pero hoy interfieran en los planes.
Se ha optado por esta fórmula de ataque, de todos contra todos, para mantener la continuidad del régimen. Si bien es posible que logren permanecer nuevamente en el poder público con esta estrategia, las nuevas figuras de esta generación que asuman el liderazgo se verán disminuidos al corto plazo.
Hoy el legado y figura presidencial les deja una meta insuperable por vencer. Difícilmente podrán igualar o superar el número de votos obtenidos en 2018 que dio el tan amplio respaldo y legitimidad social.
Quien gane tampoco podrá mantener por todo un sexenio una taza de popularidad y aprobación de gobierno como el que está por terminar, a pesar de que todos los indicadores de política pública no respondieron a las necesidades, a la realidad y los tiempos del país.
A los herederos les será más difícil gobernar sin los fantasmas de la traición interna y de la sed de revancha de los de tantos amigos venidos a enemigos.
Hoy se fracturó y se dividió el espíritu de la sana competencia al interior y se vulneró la dignidad de los partidos de oposición. Blindar el presente y el futuro a prueba de balas y de ingratitudes será el paso próximo.
@javoesquivel