Roberto Mendoza
Conocí a don José Krauze Pajt poco antes de estar en el bachillerato, yo trabajaba en una tienda de su esposa, al morir ella y quedarse viudo, su hija, Aida me conoció y me presentó con él. Un día que fui a su casa a dejar algo, me invitó a pasar y de manera extraordinaria me compartió ese universo de libros, revistas y recortes de periódicos que tenía en su despacho y en otras partes de su casa, en el suelo, en la cocina, en el baño. Nos hicimos amigos, más bien para ser exacto, fui, por muchos años, una especie de aprendiz de muchos de sus talentos.
Don José era un prominente escritor, me enseñó las diversas formas de escribir de manera correcta, tuvo paciencia con mis errores y fue claro con las diversas formas de usar el lenguaje para ser firme sin ser grosero o para ser fino sin caer en lo cursi. También me abrió los ojos al mundo, sobre todo al de las relaciones internacionales, era un experto en el conflicto de Medio Oriente. Sin miedo y sin dudas escribía cartas a la oficina de las Naciones Unidas que me leía, en ellas proponía soluciones al conflicto en la Franja de Gaza y a la situación de los palestinos. Quizá a la lejanía suene ridículo, pero ¿Cuántos mexicanos proponen soluciones a los grandes conflictos mundiales? No sé si alguna de sus cartas haya sido protagonista de las negociaciones, pero sí compartí con él, la lectura de una nota periodística donde el primer ministro Benjamín Netanyahu proponía una solución mediante un proceso parecido a lo que había escrito en una de sus cartas. “Me hicieron caso” me dijo con orgullo.
También era un entusiasta promotor de mejoras en su comunidad a través de sus reuniones de vecinos, siempre trataba de solucionar cosas comunes, proponía, gestionaba y buscaba obtener resultados para los demás residentes de su comunidad.
En su escritorio siempre tenía algún periódico que leer y cuando iba a visitarlo, discutíamos de la actualidad nacional e internacional. Me enseñó importantes frases que me han servido toda la vida: “A veces nos toca ser yunque y aguantar los golpes, cuando te toque se un buen yunque, resiste; pero alguna vez nos toca ser martillo y entonces hay que pegar, fuerte, contundente” … “Para llegar al poder, uno tiene que atravesar puertas muy extrañas, la mayoría están al ras del suelo”.
Con su impulso fui universitario, me consiguió mi primer trabajo como periodista en una estación de radio, cuando aún estaba a la mitad de la carrera, me ayudaba a comprar libros académicos caros; conoció a mi novia quien hoy es mi esposa y me prestó su preciado automóvil para que yo la invitara a cenar y le propusiera matrimonio. Una vez la comunidad judía, le hizo un homenaje en vida, lo supe porque, por supuesto, no le gustaba que alguien supiera que estaba quedándose sordo, me enseñó un videocasette con ese homenaje y me pidió que le transcribiera todo lo que le decían porque no había alcanzado a escuchar casi nada, mi esposa y yo lo transcribimos y ahí descubrimos el profundo cariño y respeto que tenía de mucha gente, incluido su sobrino Enrique.
Don José murió de complicaciones de Alzheimer. Lo vi por última vez en mi boda a la que asistió aún sin ser católico, no lo vi enfermo y me alegro, de cualquier forma, no me habría reconocido. Seguramente hoy, usted como yo estará recordando a alguien especial en su vida. Don José Krauze tocó muchas vidas, para la mía, fue muy importante, siempre me dijo: “Prométeme que tú me vas a pagar esto que hago por ti, ayudando a otra persona”. Siempre trato de hacer honor a mi palabra empeñada.