Roberto Mendoza
La tendencia del mexicano siempre es hacia la esperanza y el optimismo. Somos un pueblo que ve oportunidades aún en las situaciones más difíciles. No nos amedrentamos antes las grandes dificultades y siempre estamos dispuestos a dar segundas, terceras y hasta cuartas oportunidades, con ánimo de pensar que la próxima vez sí se puede y que lo que viene sí puede ser mejor.
Obviamente, también nos enojamos y castigamos a quien se lo merece, pero en el país no tenemos un verdadero tema tabú, como en otros países, ni tampoco hay un tema que nos avergüence por haber logrado una catástrofe de niveles mundiales. Nosotros, en 200 años que llevamos como un país independiente, somos en el mundo un símbolo de generosidad y buen ánimo.
Desde hace unos años, en el país estamos viviendo una ola de violencia que llega a abarcar, según datos incluso internacionales, el 35 por ciento de la nación; la vivimos todos los días. En estos últimos cuatro años se ha intensificado hasta volverse una situación cotidiana, la viven sobre todo las mujeres, la viven los niños, los campesinos, los obreros, las maestras, los sacerdotes… la sentimos en la calle… la vivimos todos.
Desde hace unos años, la vivimos en la Ciudad de México en lugares que antes eran considerados seguros como el transporte. Siempre habían existido los carteristas, pero el fenómeno de subirse a un transporte de pasajeros y encontrarse con un arma de fuego es nuevo. Aún peor es la inseguridad que se siente al subirse al transporte que era el más seguro y eficiente del país: el metro, que era la inspiración para las ciudades que han crecido como grandes urbes. Este sistema era para muchos un refugio, podría estar enclavado en zonas peligrosas de la ciudad, pero cuando uno atravesaba sus puertas, sabia y sentía que ya estaba a salvo. Hoy, nada es seguro; cualquier sistema de transporte es peligroso, desde los servicios que se piden por el celular hasta las bicicletas que la ciudad alquila.
Si había balaceras en esta metrópoli, aun cuando en el país solo hay una armería oficial administrada por el Ejército, el mercado de armas no parece ser pequeño; al menos los delincuentes consiguen armas y de alto calibre. En este país violento, quien esto escribe y muchos otros que se dedican a dar a conocer noticias y opiniones corren mucho peligro, incluso periodistas famosos ya también han sufrido atentados. Hasta diciembre del año pasado, la cifra de comunicadores que murieron de manera violenta era de 64.
En enero de 2018, el actual presidente prometió que se pacificaría el país. Al iniciar su sexenio se dejó sentir una grave ola de violencia, por lo que prometió que en seis meses habría resultados. Varias veces ha dicho “nada de odios, de rencores… Tenemos que conseguir la paz entre todos”, pero su discurso es exactamente contrario a esta afirmación. El país está polarizado, la violencia encuentra cauces de manera natural y los argumentos de la violencia provienen de quien pretendía conseguir la paz.
¿Cómo vamos en materia de violencia? ¿Podemos estar tranquilos al salir? ¿Tenemos certeza de que quien viene a nuestro lado tiene resueltas sus más urgentes necesidades o probablemente esas carencias lo lleven a delinquir? ¿Cómo estamos como país, unidos? ¿El Gobierno nos convoca a trabajar en una idea de bienestar donde no importa nuestra ideología, clase social o educación? ¿Este Gobierno fomenta la trasparencia, la información libre? ¿Da facilidades a los periodistas para que hagan su trabajo de la manera más fácil, sin intentar censurarlos o guiar su información? ¿Este Gobierno no tiene otros datos que los que vivimos todos? ¿Cómo va la vida de usted luego de estos cuatro años?