Alejandro Gutiérrez Balboa
Hace tiempo, Rusia dejó de ser la segunda potencia mundial, lugar al que accedió luego que los aliados derrotaron a las potencias del Eje en 1945. La superpotencia se derrumbó en diciembre de 1991 y, luego de un período de disolución, pretendió volver a ocupar el puesto, pero éste tuvo irremediablemente que cederlo a China.
Con todo, Rusia ha mantenido durante siglos un aparato de espionaje importante, desde la legendaria Okhrana, fundada en 1866, pasando por las soviéticas NKVD y KGB, hasta la fecha. Puede decirse que tal aparato ha constituido, en las distintas etapas, una especie de columna vertebral para las ambiciones y la estabilidad interior rusa.
En nuestros días, destacan 2 hechos: la visita del dictador cubano en turno, Miguel Díaz Canel a Rusia en noviembre pasado, que muy probablemente se sumará a otra visita en fechas próximas, y que se traduce en varios acuerdos, entre los que destacan inversiones que lo mismo ayudarán a la parte rusa tratando de evadir en los posible las consecuencias de las sanciones europeas por la invasión a Ucrania, que llevarán oxígeno puro a la agonizante economía cubana.
También estas visitas concretarán proyectos no públicos de actividad rusa en Cuba contra el enemigo común de ambos países, los Estados Unidos.
El segundo hecho importante es el incremento desmesurado de agentes rusos en las embajadas de países latinoamericanos, el nuestro entre ellos, un evento que no se justifica y cuya única explicación es el incremento de las actividades antinorteamericanas, como en los viejos tiempos de la ex URSS. Paralelo a lo anterior, tenemos una creciente actividad propagandística rusa en nuestros países tratando de generar toda una narrativa de la invasión y crímenes de guerra rusos.
No es algo para desdeñar, como irresponsablemente lo ha hecho nuestro actual gobierno. Rusia intervino directamente en la elección de EEUU en 2016, que llevó al poder a Donald Trump, con resultados que beneficiaron sin duda a los rusos. Los norteamericanos disminuyeron su presencia en la OTAN y se retiraron de varios acuerdos comerciales importantes, con lo que cayó su influencia en el mundo.
Rusia ya no es sino una potencia regional, su poder militar ha mostrado su obsolescencia e ineficacia en la ya demasiado prolongada guerra contra Ucrania; su economía cada vez es más débil e ineficiente y las pugnas internas muestran un país bajo la tutela de un grupo de autócratas corruptos. Pero su peligro permanece.