Claudio Sarmiento
El lunes 19 de junio ocurrió una anomalía: se recuperó una bicicleta robada. La tricicleta recumbente o reclinada regresó a manos de Gustavo gracias a varios reportes ciudadanos y a los colectivos ciclistas que actuaron con prontitud. Pero detrás de este “final feliz” hay fallas sistémicas que explican por qué no nos animamos a usar la bicicleta para todos los viajes.
Desde un punto de vista, el robo de bicicletas puede verse como un buen indicador porque significa que hay una demanda latente por vehículos asequibles. Al igual que con otras propiedades, el hurto oportunista es difícil de evitar. Se vuelve un problema social cuando los robos involucran vulneración, violencias o allanamientos; más aún cuando se crea un mercado negro que lucra a partir de estos crímenes. Los robos de bicicletas en Querétaro se han hecho tan comunes, que bien se saben las zonas en dónde comprarlas.
Una de las ventajas de la antedicha tricicleta es que se trata de un vehículo tan singular que pudo ser identificado fácilmente; los ciclistas la encontraron incluso antes que la policía, quienes no tuvieron problema con atestar su propiedad. Sin embargo, no hubieron detenidos ni manera de criminalizar a la vendedora. ¿Qué esperanza tienen las cientas otras bicicletas robadas?
Muchas personas no usan bicicleta por miedo a que se las roben; porque los candados son caros, porque no hay dónde dejarla de manera segura, porque hay poca probabilidad de recuperarlas. ¿Qué están haciendo las autoridades al respecto?
MT