Claudio Sarmiento
En 1948, el arquitecto Le Corbusier siguió la tradición de trazar relaciones entre nuestros cuerpos y el ambiente construido. Pero dicho arquitecto era también tan admirador del automóvil que propuso diseños urbanos a esa escala vehicular, todo en nombre de la economía, la eficiencia y la productividad. Así, existe una relación crítica entre la antropometría y la autonometría.
En promedio, el ancho de una persona ronda los 50 cm, el mínimo para escurrirnos entre objetos. Éste mismo ancho sobra cuando una SUV se estaciona en un cajón de estacionamiento normado. Por ello, la medida “cómoda” que se usa en pasillos, puertas y módulos de cocinas son los 60 cm o 2 pies. Esta medida equivale a la diferencia entre un carril de circulación de 3.5 m que incentiva velocidades mayores a 60 km/h y uno que les limita a 30 km/h, reduciendo las muertes viales en un 90%. Dos pies es medida clave en arquitectura e ingeniería vial, pero individuales y capacitistas. Tanto una silla de ruedas como una bicicleta, por ejemplo, poseen 75 cm de ancho y requieren aún más espacio para circular, más acompañados.
Sin duda, el diseño vial es un juego de centímetros que decide entre velocidad y seguridad, privilegio e inclusión. Pero no debería haber discusión entre cuál es la mejor inversión de espacio cuando reducimos nuestras banquetas más concurridas a lo mínimo incómodo, o cuando diseñamos nuestros nuevos paseos viales con el mínimo inviable para todo menos el automóvil. ¿A quién le sirven más los centímetros?
MT