Claudio Sarmiento
Las personas caminamos por una variedad de razones más allá a ir de un punto a otro. Caminamos para encontrarnos, para platicar, para apremiar, para trabajar, para conocer, para pasear… Así, pensar en la peatonalidad como solamente un modo de transporte, como una versión inferior a las demás opciones, es ignorar sus múltiples dimensiones sociales, económicas y ecológicas.
Los diseños peatonales como los del Paseo 5 de Febrero no están pensando en la experiencia de los caminantes, sino en los espacios residuales del automóvil. La construcción de una nueva vialidad urbana que se limita a proveer los mínimos necesarios de banquetas, cruces, señalización, mobiliario, vegetación e imagen urbana no sólo pone a la peatonalidad en último lugar, sino actúa contra ella. Un diseño que ignora tanto las externalidades negativas de garantizar altas velocidades motorizadas (ineficiencia, contaminación, tráfico) como los beneficios de priorizar la movilidad humana (sostenibilidad, salud, equidad) es simplemente antipeatonal.
La movilidad urbana se entiende erróneamente como un fluido que necesita canalizarse, de modo que su ingeniería no toma en consideración el entorno urbano. Los gremios de arquitectos, ingenieros y planeadores urbanos entonces debemos no sólo pensar en cómo cambiar las maneras en las que proyectamos y construimos vialidades urbanas, sino también hacer un esfuerzo por darles atención, espacios, cuidados y dignidad de sobra a la infraestructura peatonal de nuestra ciudad.
MT
