Alejandro Gutiérrez Balboa
El 11 de febrero de 1979 culminó una rebelión en Irán que trajo la caída del sha y la instauración de lo que se ha denominado República islámica, vigente hasta hoy. Bajo la dirigencia del ayatola Jomeini, un clérigo islámico de la rama chiíta, el régimen en Irán se ha caracterizado por su alineamiento a la izquierda, aliado de Rusia y de China, y enemigo mortal de occidente, destacadamente Estados Unidos y Gran Bretaña, países que apoyaron al depuesto sha.
Pero, destacadamente, el régimen de Irán es enemigo de Israel y este país considera a Irán su principal amenaza desde hace varios años.
La detención y muerte de la joven kurda Masha Amini, detenida y torturada hasta la muerte por la policía iraní por no llevar adecuadamente el velo (lo que esto signifique) el pasado 16 de septiembre, ha servido de pretexto para desencadenar una serie de protestas y rebeliones masivas en el país. Mujeres en general, dentro, pero sobre todo fuera de Irán, han quemado sus velos y se han cortado mechones de sus cabelleras en muestra de rebelión.
Las manifestaciones han aumentado y se han sumado diversos sectores para exigir la caída del régimen, al grito de “muerte al dictador” en referencia al liderazgo del país. Diversos sectores se han adherido a esta movilización, no vista en toda la historia de la revolución iraní. El apoyo internacional es inocultable y la ola crece, sumándose a las inconformidades por la inflación y carestía que se vive, fruto de las sanciones internacionales, todo buscando un evidente estallido social que derribe al régimen.
Pero, al igual que los motines ocurridos en Chile, Ecuador, Perú y Colombia, a la espontaneidad de su inicio, los motines crecieron y se volvieron auténticos estallidos y rebeliones sociales, gracias al financiamiento, promoción, y a la infiltración de agentes disruptores, pagados por Venezuela y Cuba.
En Irán existen 2 padrinos que gustosamente estarían financiando la agitación que se lleva a cabo: Israel y Estados Unidos. Desde luego que jamás lo reconocerán, pero este tipo de motines nunca se desarrollan sin agentes impulsores y sin un generoso financiamiento.
La seguridad nacional de cualquier país en nuestros tiempos implica no solamente el mantenimiento de la paz social interna, sino, sobre todo, la estrecha vigilancia de agentes extranjeros disruptores, para evitar que ocurran tales agitaciones.