Roberto Mendoza
La actual legislatura en la Cámara de Diputados, la número 65, es un parlamento lleno de ausencias, de desencuentros, una asamblea enfrentada a gritos en tribuna, de pancartitas y diversas ocurrencias. A la gran mayoría de los diputados no les gusta ir a trabajar, algunos a veces, van a su oficina, cada día les importa menos su trabajo político, por una razón, es casi imposible hacer trabajo político, ni acuerdos y mucho menos negocios, incluso se acabaron las historias de romance entre diputados.
Se incumplen los acuerdos y el reglamento; el pasado viernes cuatro de noviembre inició la sesión, una vez más, una hora tarde incumpliendo los propios acuerdos de la JUCOPO, en el pleno había 16 diputados de quinientos. La sesión es semi presencial, pero el “Reglamento que la cámara de diputados aplicará durante las situaciones de emergencia y la contingencia sanitaria en las sesiones ordinarias y extraordinarias durante la LXV legislatura” llamado también “reglamentillo”, porque se usa sólo en esta situación especial, marca en su artículo 13, numeral dos: “…la Junta de Coordinación Política tomará en cuenta la información disponible del semáforo epidemiológico que determinen las autoridades sanitarias…” ¿Cuál? Si hace mucho más de seis meses que no hay semáforo. Y después marca en el numeral cinco: “…el nivel de presencia física mínima en el Salón de Sesiones será de 128 legisladores, sujeto a la proporcionalidad de la composición de los grupos parlamentarios.” A lo largo de toda la sesión no se juntaron nunca, más de 100 diputados en el pleno.
¿Por qué seguir con este reglamentillo? Porque es muy conveniente, los diputados ya encontraron que no hay consecuencias por no ir a trabajar, un ejemplo: la diputada de Morena Susana Prieto votó desde un súper porque estaba haciendo su compra, pero hay diputados que votan desde la playa, en una fiesta, en algún viaje o simplemente desde su sala. Hoy más que nunca es muy cómodo tener una diputación; a más de 350 diputados, les pagamos, usted y yo por votar, sin que ellos sepan en realidad, porqué votan de una u otra manera un dictamen, un decreto o una iniciativa, porque no les importa.
El próximo año, será año electoral, convenientemente las sesiones serán semipresenciales, vamos a verlos votar en medio de una reunión vecinal, de un traslado a alguna comunidad o en medio de un mitin. Van a estar haciendo campaña con sueldo. ¿Será así en el 2024?
Esta es una legislatura banal, la de la efeméride, de la compra en el súper, del escándalo pornográfico. Y es que es muy difícil que alguna ley no impulsada por el presidente sea aprobada, porque la negociación política es casi nula, sólo se aprueba lo que el coordinador de la mayoría, el secretario de gobernación y el presidente quieran, lo demás, muy difícilmente, incluso los llamados “dictámenes de consenso” no siempre se votan por mayoría. El nivel del debate está no sólo degradado, sino ausente. No se siente la emoción por subir a posicionar un dictamen propio, no se siente el calor del debate de las ideas, lo que se siente son las ganas de pelear los unos con los otros. El debate es el lugar común que marca el presidente y defienden los diputados de morena y el de la queja, el enojo y hasta la grosería de las oposiciones. Se ha perdido la solemnidad, la mística, la seriedad y hasta el glamour.
No hay compromisos, no hay consensos, solo imposiciones de un lado, del otro, nada. En su ausencia lo que denotan los diputados es que el amor por México es prácticamente nulo, está perdido. Nosotros, las ideas, el futuro, no importamos. Primero es el capricho y el compromiso entre tres personas y su posible continuidad, lo demás, se ha extinguido.