Mateo: 23, 1-12
En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente.
“Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame ‘maestros’.
“Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen ‘maestros’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen ‘padre’, porque el Padre de ustedes es solo el Padre celestial. No se dejen llamar ‘guías, porque el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Reflexión
Hipócritas o servidores
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
En el Evangelio de hoy, Jesús ataca una vez más a los escribas y fariseos. Invita a los suyos a hacer y cumplir lo que enseñan, pero no imitarlos en su conducta. Son críticas duras que les hace a los dirigentes espirituales de su pueblo. En concreto les echa en cara lo siguiente:
– No cumplen lo que enseñan
– Imponen cargas pesadas a la gente, pero ellos ni las tocan
– Quieren aparentar ante los demás
– Buscan los primeros puestos y los saludos en las plazas
Ahora, uno podría pensar que estas actitudes fueron propias de esta gente y que con su muerte se acabaron. Lastimosamente no es así. Este discurso de Jesús se dirige, por eso, también los cristianos de todos los tiempos. Se dirige a las autoridades de la Iglesia y se dirige igualmente a cada uno de nosotros.
Porque los fariseos no son una categoría de personas. Se trata, más bien, de una categoría del espíritu de una postura interior. Es un bacilo siempre dispuesto a infectar nuestra vida religiosa.
Todos somos fariseos:
– Cuando reducimos la religión a una cuestión de prácticas espirituales, a un legalismo estéril,
– Cuando pretendemos llegar a Dios dejando de lado al prójimo,
– Cuando nos preocupamos más de “parecer” que de “ser”,
– Cuando nos consideramos mejores que los demás.
Toda esta plaga tiene un único y solo nombre: hipocresía. Por eso, con toda justicia, fariseísmo se ha convertido para nosotros en sinónimo de hipocresía. Y al leer estos ataques tan violentos, uno comprende que la hipocresía sea el único pecado ante el cual el Señor se haya horrorizado de verdad.
Los hipócritas tienen una “doble cara”, una vuelta hacia Dios y la otra hacia los demás. Y, sin duda, la cara que mira a Dios es horrible, espantosa.
Para Cristo, la ley no era un ídolo, sino que era un medio. Tenía la tarea de empujar al hombre hacia adelante, de ayudarle para crecer. La ley tenía que desembocar en el amor. El corazón del hombre no está hecho para la ley. Está hecho para el amor. Y una religión que no se traduzca en amor merece un solo nombre: hipocresía.
El desafío que hoy nos presenta Jesús es, entonces: amor o hipocresía. En el Evangelio de hoy lo expresa así: “Que el más grande de Uds. se haga servidor de los demás”. Porque amar significa servir. Quien ama realmente, sirve a los demás, se entrega a los hermanos. Es la actitud de Cristo. Toda su vida en esta tierra no fue sino un servicio permanente a los demás. Y al final entrega hasta su vida por nosotros, para liberarnos y salvarnos.
Y es también la actitud de María. En la hora de la Anunciación se proclama la esclava del Señor. Nosotros muchas veces creemos que estamos sirviendo a Dios porque le rezamos una oración o cumplimos una promesa. Miremos a María: Ella le entrega toda su vida, para cumplir la tarea que Dios le encomienda por medio del ángel. Cambia en el acto todos sus planes y proyectos, se olvida completamente de sus propios intereses.
Lo mismo le pasa con Isabel. Sabe que su prima va a tener un hijo y parte en seguida, a pesar del largo camino de unos cien kilómetros. No busca pretextos por estar encinta y no poder arriesgar un viaje tan largo. Y se queda tres meses con ella, sirviéndola hasta el nacimiento de Juan Bautista.
Hace todo esto porque sabe que en el Reino de Dios los primeros son los que saben convertirse en servidores de todos. Cuando el ángel le anuncia que Ella será Madre de Dios, entonces María comprende que esta vocación le exige convertirse en la primera servidora de Dios y de los hombres.
Queridos hermanos, pidámosle por eso, en esta Eucaristía, a Jesús y a María que nos regalen ese espíritu de servicio desinteresado y generoso, que ellos han vivido tan ejemplarmente. Solo con ese espíritu podremos enfrentar los desafíos del mundo de hoy. Solo con ese espíritu podremos ser instrumentos aptos para construir un mundo nuevo.
MT