Desde los postulados griegos hasta nuestros días se ha cuestionado y teorizado sobre el valor social de la arquitectura. Hoy resulta difícil comprender (en estos días que todo se ha vuelto producción sin valor) que cada proyecto o diseño debe tener un propósito, más allá de sólo cumplir con un encargo o vender un producto.
Se construyen casas en serie, despersonalizadas, sólo por vender, poniendo en duda si en realidad hubo ética en sus diseños o en la planeación de sus desarrollos habitacionales.
Vemos edificios fríos, versátiles y su único propósito es ofrecer el espacio a quien lo desee, donde el diseño y los valores de la Teoría de la Arquitectura pasan al olvido o a los recuerdos de los académicos que nostálgicos buscan transmitir esa inquietud a sus alumnos.
Lentamente la sociedad ha dejado de preocuparse por adquirir cosas de valor, no me refiero a valor monetario, más bien a esos valores que nuestra profesión ha olvidado poco a poco: la estética, la utilidad, la honestidad y el más importante (considero) el valor social. Si así me lo permite amable lector, en otras entregas hablaré de esos valores en la arquitectura.
El valor social se logra en la arquitectura cuando se diseña un proyecto pensado en quiénes lo van a utilizar, quiénes ocuparán ese espacio y lo harán parte de su día a día. El arquitecto mexicano José Villagrán García fue uno de los grandes teóricos que aportó a comprender lo que sucedía en su época y cómo la arquitectura debía adaptarse para responder adecuadamente a la sociedad y a la cultura vigente.
Es una postura humanista que poco a poco se ha perdido en las construcciones modernas, por ejemplo, las plazas comerciales en cada cuadra, con locales idénticos y versátiles para la instalación de cualquier tipo de negocio, el espacio se entrega en obra negra o gris, si bien le va al locatario.
En los inicios de las ciudades, era fácil identificar dónde estaba la tiendita, la papelería, la carnicería… hoy todo puede estar en todos lados porque los proyectos carecen de identidad urbana. Las políticas incluyentes en proyectos públicos son el primer paso para priorizar a las personas en cada diseño y así encaminarnos a tener ciudades más humanas.