Javier Esquivel
Las diversas y numerosas encuestas nacionales e internacionales indican con contundencia que es cada vez más profundo el distanciamiento y aumento del rechazo ciudadano a los partidos políticos y a todo aquello relacionado con el mundo de la política.
Mensualmente somos testigos también que la aprobación de gobiernos estatales y municipales tiende a la baja junto con los índices de confianza y cercanía que debiera acompañar la función pública.
En analogía con evaluaciones escolares del siglo pasado son pocos los gobiernos y sus titulares los que apenas acreditarían con un seis o sesenta puntos. La mayoría estarían reprobados y condenados a repetir el año.
Esta valoración de desaprobación, descrédito, desconfianza y el aumento del posicionamiento crítico también alcanza y lesiona a los congresos federales y locales y a las instituciones públicas.
La investigación documentada y rigurosa desde hace 20 años nos ha señalado que la desafección y despolitización ciudadana tiene múltiples causas dependiendo del régimen político y época de la que se trate.
No obstante, los estudios de opinión pública añejos como actuales concluyen que para las y los mexicanos el motor de la apatía y desdén se centra en un aspecto fundamental: el incumplimiento de palabra.
La mentira, la traición constante, el cambio de ideologías y principios según conveniencia ha sido el impulso que genera el rechazo y el hartazgo hacia los personajes de la política.
No hay nada más nocivo para las y los ciudadanos descubrir que aquellas personas en las que confiaron alguna vez su voto y sus aspiraciones sociales han faltado a verdad y que no otorgan valor alguno a su palabra.
En lugar de hacer frente a ese rechazo masivo, algunos políticos han apostado más a la compra de estructuras y a la manipulación de voluntades, a la complicidad con generadores de opinión pública a negociar cargos electorales y en algunos casos pactar su libertad, pero sobre todo a desdeñar igualmente la opinión de la gente, de sus amigos y de sus socios electorales.
Esta exclusión mutua y lejanía tanto de la sociedad como de la clase política no es menor. La actuación discrecional, opaca y en solitario de los grupos políticos dominantes del momento tienen como resultado peligrosos escenarios:
- La edificación y beneplácito ciudadano a favor de los regímenes populistas y autoritarios que ofrecen en ellos una alternativa para expresar ese rechazo.
- Entidades gobernadas transexenalmente por abuelos, padres e hijos descendientes del mismo árbol genealógico, con el mismo apellido de generación tras generación con pobres resultados.
- Gobiernos municipales que se heredan a esposas, parientes y familiares, pero sobre todo la edificación de instituciones legislativas con diputados y senadores inamovibles por décadas.
- Y, la permanente escasez de confianza, credibilidad y aprobación de gobiernos sin importar los resultados y evaluación de las políticas públicas implementadas.
El peso y responsabilidad de estas consecuencias es compartido entre todos los actores de los asuntos públicos de una sociedad, sin embargo, hoy el foco de la atención pública está centrado en los dirigentes partidarios que se han alejado con gran soltura de los compromisos doctrinarios y la representatividad popular.
Los valores que atraían el voto de la gente, fueron sustituidos por otro tipo de ofrecimientos y pactos que parecieran satisfacer más los intereses de grupo que los sociales.
Con estas acciones obligan a los ciudadanos a fomentar su apatía, rechazo e invitan a ejercer sus únicas herramientas de coerción: el voto nulo o de castigo y el escarnio público vía redes social.
El escenario no es fácil para la consultoría política profesional para remediar viejos defectos, sin embargo, son las nuevas generaciones de mujeres y hombres de la política los que con el solo cumplimiento de su palabra de hoy en adelante podrían intentar cambiar esta dolorosa situación.
Si bien es cierto que la política es generar acuerdos, lograr lo imposible con los recursos posibles, de construir contextos y actuar con estrategia, el honrar la propia palabra siempre será el activo y el valor más importante en la vida de una persona.
Apunte del consultor
No sería extraño que aquellos que han faltado a su palabra busquen el refugio y el amparo de un nuevo fuero constitucional para las próximas elecciones en alguna de las Cámaras del Congreso de la Unión. No sería nada extraño se autonombren para la reelección legislativa.
@javoesquivel