Javier Esquivel
Colocar en la agenda mediática y en la opinión pública el tema de la sucesión presidencial de forma adelantada, intencional y permanente será una de las muchas cosas por las que será recordado el sexenio de la cuarta transformación.
No existe antecedente documentado en el que los actores políticos y funcionarios mexicanos hayan dedicado tan alto porcentaje de su agenda pública en participar en actos de precampaña. Mucho menos hay constancia de que un presidente latinoamericano a mitad de mandato haya dedicado gran espacio del discurso oficial para señalar sus antipreferencias y predilecciones sucesorias.
Luego de las elecciones intermedias, la narrativa oficial y los aspirantes en cargos públicos ya utilizaban esta táctica para ganar simpatía, mientras que la oposición desmotivada solo observó durante más de tres años cómo se fueron adelantado en la carrera presidencial y en los ánimos sociales sin que hubiera una estrategia de contra peso.
Los aspirantes de oposición, conscientes de que los tiempos políticos no son como los años anteriores, por fin iniciaron sus primeros escarceos con el tema y se sumaron a la provocación evidente de la estrategia presidencial.
Hoy en la oposición se vive un apogeo de destapes. En el PRI ya se mencionan y se organizan entorno a tres figuras competitivas, con mucha experiencia y con la malicia política requerida tanto para evadir al actual presidente del CEN tricolor como para hacer frente a las aventajadas personalidades de Morena.
En Acción Nacional silenciosamente se analizan todos los escenarios, se escruta cualitativa y cuantitativamente a la opinión pública. Se construye una estrategia para actuar con competitividad en todos los escenarios donde se transita con coalición y sin ella. Saben que de elegir mal se podría pagar un costo de más de seis años.
Y como no podía faltar, se suman también a este escenario de destapes las voces oportunistas. Se levantan dedos índices de aquellas personas que son conscientes de que no tienen posibilidades reales para competir, pero que buscan negociar posiciones para más adelante.
Estas expresiones de deseo electoral se escuchan no solo para la sucesión presidencial sino también para la Jefatura de Gobierno, El Estado de México, Coahuila y los ocho estados restantes donde habrá elecciones.
Las y los aspirantes sin competitividad electoral, por su falta de carisma, saben que es tiempo de subirse y capitalizar esta ola de destapes. El apogeo les permitirá ganar visibilidad y justificar su discurso estridente con el que se conflictúan a diario, sin estrategia, con todas y todos a su paso.
Sin embargo, anticiparse a los tiempos e incumplir los plazos legales con artilugios y engaños no siempre otorgan ventaja electoral para ninguno de los cargos en disputa.
En el caso de las y los aspirantes del oficialismo, a pesar de que llevan más de un año de actos anticipados, su estrategia no ha sido lo efectiva que se esperaba como para lograr de forma individual las simpatías ciudadanas a nivel nacional.
Son competitivos gracias a la marca de su partido y al resplandor del halo presidencial. Sin esos apoyos, la división, confrontación y declive será evidente. Una vez que haya mayor visibilidad de candidaturas opositoras la intención de voto podría no ser la misma que hoy reflejan las encuestas.
La oposición da voz a sus prospectos; cada uno de ellos y ellas buscan su propio posicionamiento, pero en conjunto olvidan y dejan de lado una de las máximas acuñadas en tiempos añejos para la unción presidencial: “Primero es el programa y luego el hombre”.
Construir una propuesta política atrayente, inclusiva, real, representativa y a apegada a las necesidades y emociones de los millones de electores desencantados de lo hasta ahora visto, quizá sea la llave que abra el camino del éxito a la oposición y podría ser más capitalizable que barajar nombres de mujeres y hombres aspirantes sin oportunidades.
@javoesquivel