Javier Esquivel
Los muñecos de tela con la figura caricaturizada de los aspirantes a un cargo de elección popular no son una innovación del marketing político en México a pesar del ruido mediático y la alharaca de días pasados.
Existe evidencia documentada en los registros de gasto de campaña de contiendas presidenciales, gubernaturas y otros cargos de representación popular que demuestran que han sido utilizados en décadas anteriores como mecanismo propagandístico para ganar simpatías y popularidad.
Los juguetes rellenos y máscaras con rostros de candidatos tienen un origen muy mexicano que paulatinamente se ha ido exportando a campañas de otros países.
La industria comenzó poniendo camisetas con siglas de los partidos a peluches y hoy está tan modernizada de reproduce con fidelidad el rostro de cualquier aspirante.
En la actualidad es difícil que la gente no acepte recibir un muñeco de estas características sin importar su afinidad política o simpatía por las y los candidatos de campaña.
A pesar del beneplácito que genera recibir como obsequio estos productos, su eficacia -en términos de rentabilidad electoral- depende de un factor clave: su valor simbólico.
Sin importar la calidad del material del muñeco o la similitud con el personaje real, esta pieza de tela puede no significar nada para el elector si no representa una causa o un símbolo generador de emociones, por el cual luchar, creer o fincar esperanzas.
En años anteriores el especialista de la caricatura política, José García Hernández realizó un dibujó caricaturizado del actual presidente que derivó en los ahora famosos muñecos de tela.
La popularidad del juguete no fue resultado de su buen trazo o la empatía que despertaban los rasgos bonachones del dibujo sino el momento y contexto político en el que fue lanzado y promocionado.
Su distribución masiva tuvo lugar durante la manifestación la Marcha del silencio contra el desafuero de López Obrador con lo cual transfería a la pieza un sentido simbólico de apoyo, pero también de rechazo a las acciones persecutorias del gobierno en turno.
Derivado de ese éxito las figuras textiles fueron utilizadas reiteradamente, no como un elemento utilitario más de campaña, sino como la pieza que dotaba a su poseedor la sensación y percepción de ser representante de una lucha y una causa social, lo que generó nuevamente réditos electorales.
Naturalmente todas las nuevas entregas del juguete, como piezas de campaña del entonces candidato, fueron reforzadas con un sólido relato personal y electoral del hoy presidente.
Para capitalizar la fuerza simbólica del muñeco, partidos del oficialismo repitieron en la actualidad dicha estrategia. Buscaron que las entregas del juguete fuera pieza clave en la transferencia de activos políticos y traspasos de popularidades en las contiendas a gubernaturas. Esta acción derivó en quejas de la oposición ante la autoridad electoral.
Las y los magistrados concluyeron que con dicha acción se rompe la equidad de los comicios, por lo que determinaron la prohibición de utilizar la imagen presidencial a través de su muñeco de tela como parte de las estrategias de promoción de intereses partidarios.
Ante esta renovada popularidad de los muñecos de tela varios aspirantes a cargos de elección han tratado de emular la estrategia exitosa.
La y los presidenciales cuentan ya con sus figuras de tela. El aspirante a una gubernatura, que hoy es legislador, incluso, recibió también su réplica caricaturizada durante una conferencia de prensa para dar promoción y visibilidad al artículo.
Hoy quien anhela un cargo electoral, su imagen caricaturizada estampada en tela empeña.
Sin embargo, olvidan que un material de esas características si carece de valor simbólico no significa nada para el elector y más aún es contraproducente cuando la pieza está confeccionada con materiales de muy baja calidad y sin parecido al personaje real. Ante el error, hay quien no caricaturiza su imagen política, sino la ridiculiza.
Pasar de la caricatura de tela representativa de una causa y elaborada por un profesional del humor político y distribuida con cálculo político, al muñeco de trapo de baja manufactura y hecho en las sombras de la clandestinidad, sí es una ocurrencia.
@javoesquivel
