Javier Esquivel
Actores legislativos, aspirantes a un cargo de elección popular y diferentes organizaciones de la sociedad civil utilizan el concepto reconciliación como una fórmula narrativa que ofrezca respuesta al mal humor social, al desapego y rechazo que manifiesta la población hacia la clase política.
Ante la creciente crispación que genera la poco creíble propaganda político electoral tanto de oficialistas como de la oposición, la estrategia de reconciliación ya también es utilizada por las mandatarios y mandatarios estatales y, evidentemente, como relato central en las contiendas electorales de este 2023.
Frases como “el camino de la reconciliación”, “campañas de propuestas y no de descalificaciones” abundan en la publicidad electoral, además de que se recrean mediáticamente arquetipos femeninos que acompañen esta lógica como un elemento diferenciador.
En el Congreso de la Unión legisladoras y legisladores, con evidentes intenciones electorales, también han incluido la noción apaciguadora como parte de su discurso. Ser percibidos como figuras de lógica mesurada es su nueva estrategia de comunicación parlamentaria.
En organismos de la sociedad civil, del mismo modo, han hecho suyo el término como mecanismo para defender derechos ciudadanos, promover el diálogo por las vías de la diplomacia ciudadana y del llamado pacífico a la acción.
Y por supuesto, los dirigentes de los partidos políticos tanto a nivel nacional como regional agitan a los cuatro vientos la misma bandera para retener adeptos y buscar una integración interna cada vez más porosa.
Sin embargo, la efectividad del relato pierde totalmente su fuerza y encanto cuando en las campañas electorales la diatriba, la calumnia y el ataque frontal es evidente y constante en medios, redes sociales, debates y entrevistas.
La reconciliación se destiñe cuando desde las Cámaras el artilugio y la trampa legislativa toma lugar para aplazar decisiones y palidece aún más cuando la violencia física encarnada en los manotazos injustificados.
No puede haber efectividad narrativa reconciliatoria cuando en los municipios y alcaldías de las grandes ciudades la pugna legal y mediática diaria es la persistente cotidianidad. La amenaza del desafuero y de la revocación de mandato, rompe la inercia de hacer o llegar a acuerdos.
Esa estrategia narrativa se desvanece de igual manera cuando los congresos estatales piden con ánimos exacerbados la renuncias de sus gobernadores y gobernadoras, fanfarronean mediante los juicios políticos y vetos a toda iniciativa legislativa.
Se diluye toda efectividad comunicativa cuando en el interior de los partidos políticos se presencian altos desacuerdos, venganzas irrenunciables, problemas personales irreparables y bloqueos a las aspirantes electorales con mayores posibilidades de gobernar una ciudad o una localidad.
No existe reconciliación cuando entre los propios dirigentes nacionales de los partidos políticos opositores existe desconfianza y el desdeño en el cumplimento de los acuerdos.
No puede haber cabida la narrativa de la reconciliación en los organismos de la sociedad civil cuando entre ellos concurre la pugna por adjudicarse la representación de la gente sin partido o sin preferencias electorales.
No pueden enarbolar una bandera de buen concilio cuando al unísono se acusan de exclusión, de racismo contra las personas que no piensan igual, de clasismo si no pertenecen al mismo estrato social de la mayoría de sus miembros y de excesos de protagonismo de los empresarios que los patrocinan.
El éxito o fracaso de toda narrativa comunicativa, efectivamente tiene base en el humor social, en la coherencia discursiva, en los hechos y las acciones, en la credibilidad de las y los portavoces, y en la percepción general de la población que los mira desde lejos.
No puede ser entendida o bien recibida una estrategia de reconciliación cuando a todas luces es evidente que la guerra externa e interna que viven día con día los partidos políticos en su afanosa e interesada batalla por la conquista de los espacios de poder del 2024.
@Javoesquivel