Alejandro Gutiérrez Balboa
El martes 5 de noviembre del próximo año se habrán de celebrar las elecciones en Estados Unidos para elegir presidente. En México serán el domingo 2 de junio y en ambas se juegan aspectos verdaderamente definitorios no sólo para los años inmediatos, sino para el futuro de mediano plazo.
En Estados Unidos, a 14 meses de la elección, Donald Trump lleva una amplia ventaja entre los precandidatos republicanos: 54% de las intenciones de ser nominado, contra 17% del gobernador de Florida, Ron DeSantis, y 3% de otros 3 precandidatos. Por el lado demócrata, el presidente Joe Biden pretende reelegirse.
En México, la candidata oficial elegida con un solo voto, el único que cuenta, tiene una ventaja de apenas 5 puntos por encima de la más seria contendiente, que apenas apareció en el escenario y alcanzó a sobrepasar a los otros aspirantes. Esto a 9 meses de la elección.
En el país vecino, la retórica prelectoral tiene a México como uno de los blancos, al pretender que habrá operativos militares en contra del crimen organizado en nuestro territorio; esto opera frente a un público muy politizado y que lejos de demandar soluciones realistas a la epidemia de muertes por consumo de opioides, se complace en propuestas simplonas e irreales.
En México, tenemos por primera vez a una candidata oficial marxista y que cuenta con todo el aparato del estado para imponerla. Un abigarrado equipo ha elaborado el plan de gobierno de su abanderada en el que abiertamente proclaman su intención de radicalizar su proyecto para alcanzar un gobierno abiertamente comunista. No hay engaño, ahí están los planteamientos para el que quiera ver.
En ambos lados de la frontera suenan descabelladas las pretensiones centrales de los candidatos republicanos allá y oficialista acá. Pero Trump ya demostró lo que es capaz de hacer. Aunque ni de lejos obtuvo que México pagara su ignominioso muro fronterizo, levantó varios kilómetros de él y puso a las fuerzas mexicanas a cuidarle la frontera… en el Suchiate y gratis.
En nuestro país existe la posibilidad de que una marxista sea presidente, impuesta por el oficialismo, y que abiertamente expone su pretensión de abolir la división de poderes, de continuar la alianza de facto con criminales y de perpetuarse en el poder. Pocos gobiernos tan corruptos, autoritarios y sectarios como el que finaliza el próximo año. Por el bien de ambos países, hay que impedir su triunfo.