Alejandro Gutiérrez Balboa
El 5 de noviembre del próximo año habrán elecciones presidenciales en Estados Unidos. Cinco meses antes, el 2 de junio, serán las mexicanas. Como cada 12 años, coinciden fechas y las de 2024 enfrentarán aspectos delicados para ambos países.
Primero, presidencias muy disímiles. El norteamericano es un hombre senil que el próximo mes cumplirá 81 años y que ya se encuentra muy limitado para conducir su país. Mucho más para reelegirse. Enfrenta una oleada casi aplastante de un populista cuatro años menor, pero en muchas mejores condiciones físicas y que, a pesar de su enorme popularidad no tiene la victoria asegurada, debiendo enfrentar una serie de demandas por sus intentos de frustrar su salida del gobierno hace 3 años. Una eventual condena sería la única forma de evitar que regrese al poder.
En México, un desastroso sexenio en todos aspectos ha dejado al país muy vulnerable y se quiere repetir el modelo, al estarse utilizando todo el poder del gobierno y dinero público, sin restricciones, para promocionar la serie de aspirantes que han visto la posibilidad casi segura de asumir y acrecentar su poder político con el consiguiente expolio impune del presupuesto. Si a ello sumamos la posibilidad de consolidar un modelo chavista, los peligros que se ciernen en el horizonte crecen.
Contra esto, está un entorno nada fácil para ellos. Los indignos y vergonzosos mensajes enviados a la delegación norteamericana de 3 secretarios que nos visitó a principios de mes, lejos de suavizar las tensiones entre ambos países, ha dejado la convicción de que las autoridades mexicanas no sólo no hacen nada para combatir la exportación de narcóticos, sino que colaboran con ello y las respuestas habrán de llegar más temprano que tarde. Se puede mentir a los mexicanos mañana tras mañana, pero pretender hacer lo mismo con los norteamericanos ya es otra cosa.
Otro tema candente es la migración que prácticamente sin restricciones cruza nuestro territorio hacia el vecino. Pero mucha de esta migración se está quedando aquí y ello constituye una bomba de tiempo por la falta de trabajo y condiciones económicas que ha producido el gobierno actual.
Se avizora un retorno a gobiernos más liberales en América Latina, ante el fracaso del modelo populista de izquierda. Ya ocurrió en Ecuador, pero tener de vuelta a un Trump o a alguien similar en el gobierno vecino, representa un reto enorme aún para un gobierno hábil, responsable y comprometido con gestionar crecimiento económico y un real bienestar para la población. El clima no ayuda mucho.