Roberto Mendoza
El proceso electoral era una fiesta, los candidatos a presidente hacían grandes mítines, como en cualquier fiesta mexicana la comida era importante, una torta, una bebida y lo esencial, un “pronunciamiento” que se entiende como la promesa de un cambio de régimen político en donde el candidato daba a su legión de seguidores, sean militantes o simpatizantes, un adelanto de la prosperidad prometida por el voto materializada en uno o varios billetes.
Al candidato lo rodeaba un halo de veneración expectativa, estaba acompañado por los sectores, las organizaciones y por supuesto la estructura, es decir la gente, el pueblo que recibía a los candidatos con algarabía, matracas, tamboras, confeti, cuetes, banda y mariachi, las campañas eran guateque, los eventos, todos, grandes convites de comida y bebida que terminaban en baile y hasta en borrachera.
El tono festivo se empezó a acabar en el 2006, cuando hubo un candidato que no aceptó los resultados y se inconformó, pidió conteos voto por voto, exigió cambios a las leyes, propició sí, la democracia, pero con una excesiva vigilancia, con una fiscalización parecida a una auditoría, la restricción de la labor periodística, las campañas después de ese año ya no fueron enteramente una fiesta.
El último candidato carismático fue el presidente Peña Nieto, que construyó una narrativa parecida a una telenovela, incluso se casó con la actriz más famosa, atractiva y magnética del momento, el actual presidente si hizo una campaña basada en su carisma, si emocionaba a las mujeres, incluso lo vimos en varias fotos besando a más de una apasionadamente, abrazando, tomándose selfis, pero lo más importante de su campaña era la esperanza de que traería un cambio radical, una transformación.
Actualmente no tenemos campañas carismáticas, las dos candidatas no podrían ser concursantes de ninguna batalla donde se pondere su belleza, el candidato que tenemos, ni siquiera podría ser catalogado como simpático, agraciado, mucho menos seductor y su presentación fue en medio de una reunión de “amigos” entre cervezas y él, borracho. Como nunca ha ocurrido en la vida política del país no tenemos campañas donde la belleza, el encanto y la narrativa mística sean parte de la contienda.
Es un paradigma desconocido, por eso las campañas actuales no están imprimiendo esa antaño, emoción que despertaban, todas las encuestas, no importa el candidato, ni el lugar del país, marcan una indefinición del voto en promedio de 25 puntos. Las campañas entonces están en el terreno de las ideas, de la comprensión de las propuestas, de la reflexión, no de la emoción, ni de la imagen, tampoco están en el terreno de la narrativa mágica, nuestro voto va a ser conceptualizado y racionalizado, otro motivo para preocuparse, los estudios aseguran que más del 60% de los votantes anteponen el miedo, la ira o la esperanza al pensamiento puramente racional ¿Cómo votará el mexicano en junio? No lo sé.
En este escenario lo más importante será entonces la estructura partidista, esa base que cada partido, se supone, ha buscado, alimentado (hasta de manera literal), cuidado, apapachado, para que vote por sus siglas y su candidato. El partido Morena parece que tiene ventaja considerable, influirá en esa estructura los programas sociales, también la corrupción y la compra de votos. Ya lo vimos en el inicio de la campaña, se les pagó a varios ciudadanos hasta cinco mil pesos, por venir a la CDMX a un mitin, no todos se quedaron hasta el final, pero cumplieron como buenos mexicanos, con ir.
En el lado de la oposición, pareciera que no hay dinero, que hasta la emoción se las han robado, Xóchitl Gálvez es una candidata muy emotiva, quizá con buenas propuestas, pero se le siente sola, no hablo de su piso y de las estructuras más fieles de los partidos que la acompañan, sino de todos los demás, nunca como ahora el dinero parece que será el factor más importante de la emoción. Están a muy buen tiempo de cambiar el paradigma, de emocionar. Ya veremos el 3 de junio si lo lograron.