Leonarda nunca dejaba que las cosas llegaran a extremos y mantenía un orden en extremo cuidadoso
Pathé, justo a un lado del acueducto, era el lugar donde habiendo agua en abundancia, existían unos baños en donde entrada la tarde-noche, se organizaban las jugadas, el baile, el trago y diversión sin freno. No era precisamente un salón familiar. Ahí ‘La Carambada’ lucía y dejaba ver con generosidad sus dotes de anfitriona. Mandona y ruda en el manejo de los asuntos, no dejaba de ser femenina y hasta coqueta, pero nunca dejó que un hombre la obligara a danzar: ella elegía y concedía la gracia a quien le agradaba. En varias ocasiones dejó con la mano extendida a más de un personaje principal de la ciudad. En cuanto lo decidiera, se bailaría con ella. Ente estos desaires y concesiones, todos gustaban del alegre convivo, comenzando y dando fin hasta los domingos de cada semana.
Leonarda nunca dejaba que las cosas llegaran a extremos y mantenía un orden en extremo cuidadoso -pero sin hacer sentir el control- apostando estratégicamente a dos o tres cuidadores y que ella los llamaba sus ‘ángeles de la guarda’. Serían las 9 de la noche, cuando Bernardino entró al antro.
– Bernardino, qué bueno que te veo por estos rincones…
– Buenas tardes Leonarda, te busqué allá arriba y me dijeron que estabas aquí abajo… se sentaron en una mesita exterior, en una breve área techada y debajo de un frondoso nogal que siseaba al golpe del viento.
– Este arbolito me gusta mucho, da buenas y muchas nueces, afirma Leonarda… Apolonia prepara dulces y pasteles con ellas. Si recuerdas a Apolonia, verdad?
– Claro mujer, cómo se te ocurre!
– Y dime, qué te trae por acá, si tú ni bebes ni bailas, ni nada que tenga que ver con diversión. Jugar las cartas, ni hablar de ello pues entiendo que tu mujer lo considera un pecado.
– Si y en cierto modo, pienso igual, responde Bernardino, quien finalmente, le dice a Leonarda el motivo de su visita: don Guillermo llegará al día siguiente.
– ¿Y quién es Guillermo?” pregunta la joven con aparente frescura, y con harto sarcasmo.
– ¡Hay mujer, el Licenciado Guillermo Prieto, el que conociste en la fonda allá arriba hace unos meses!
– Ah, sí… un caballero hecho y derecho… maliciosamente responde ‘La Carambada’. Bernardino propone entonces
– Podríamos reunirnos con él en el localito de arriba, donde se conocieron, nos echamos un atolito y platicar con él y hasta podrías invitarlo para que conozca aquí los baños… para brindar contigo y tu amigos. Durante las pláticas con don Guillermo, me ha dicho que sería bueno que conocieras a don Benito Juárez…quien está pensando visitar Querétaro ya siendo Presidente de la República.
– Está bien Bernardino, dile a don Guillermo que con gusto lo espero mañana… desde el momento en que despunte el día, hasta en la tarde. Dile que ahí estaré quietecita hasta que llegue. Remata airadamente La Carambada diciendo con voz grave… Ya veré cómo le digo que no me interesa conocer al señor Juárez, tan terrible enemigo de la Santa Madre Iglesia…
Guillermo Prieto, ideólogo de Juárez, lo acompaña y apoya en su proceso político, hasta que se decepcionó de éste a partir por las aspiraciones por mantenerse en el poder como Presidente de la República. Nacido en la ciudad de México, Prieto era periodista, investigador nato, poeta y febril activista político, gozando de amistades intelectuales y políticos de renombre como don Andrés Quintana Roo y Manuel Orozco y Berra. Simpático y con dotes diplomáticas, se abría puertas en cualquier lugar y ambientes. Juárez lo tenía en una estima muy especial, al igual que su esposa Margarita: “Guillermo es muy refinado”, solía decir la esposa del presidente del atribulado país. “Más que refinado, yo diría que es inteligente, señora, muy inteligente” remataba don Benito, anteponiendo el valor intelectual sobre el de carácter social.
Don Benito, su esposa Mragarita y una breve comitiva, se hospedaron en el “Águila Roja” (Edificio que hoy ocupa la Delegación Municipal Centro Histórico, en la esquina de la Calle V. Guerrero y la Av. Fco. I. Madero). En su ruta hacia el Norte, a Durango en particular, don Benito llegó al Hotel en el único carruaje que lo lleva y trae por todos los caminos del país, unas veces escondiéndose, otras con encomiendas específicas y mu formales. La capital del estado de Durango era su destino para integrar -entre otras cosas- el primer Registro Civil del país, que el clero católico lo consideraba una afrenta dado que era esta la que realizaba hasta este histórico momento, el registro de los nacimientos, decesos, matrimonios y demás eventos de la vida civil de los mexicanos. Cabe hacer notar que ya en la gestión de presidente interino José Ignacio Comonfort (1857), hubo algunos avances en esta materia civil, tocando al presidente Juárez ya en funciones, elevarlo a rango constitucional. Siendo Querétaro paso insalvable hacia el Norte por la ruta conocida como Camino Adentro, Juárez deseaba coincidir con su amigo Prieto en esta ciudad a la que la Historia le tenía un importante lugar reservado.
El Lic. Guillermo Prieto junto con Leonarda caminan con pasos francos por la actual Calle Madreo para encontrarse con el Lic. Benito Juárez en el Hotel “Águila Roja” para encontrarse con el matrimonio Juárez. Caminan, mientras admiran la ciudad señorial en la que se respira un ambiente ciertamente diferente y peculiar.
Al entrar al patio central del Hotel, Leonarda percibe en este, una tensión flotante algo solemne y frío, provocando en las personas, rostros serios y adustos. Algo ocurría y la fresca sensibilidad de la joven muchacha lo advierte.
– ¿Qué pasa señor? -pregunta a Prieto-.
– ¿Qué pasa con qué señorita?
– ¿No se da usted cuenta, qué no siente algo distinto?
Lo que la sensibilidad de Leonarda capturaba, era lo pastoso del poder. Era un silencio que hablaba del significado de la presencia de una personalidad en vivo, en este caso, el presidente de la república, que de nuevo tocaba suelo queretano en su peregrinar tan incesante como necesario. Leonarda con algo de asombro ve el modesto carruaje negro modelo Berlina del presidente, para 4 personas, sin distintivos de ninguna naturaleza. Se da cuenta de los efectos de los miles de kilómetros recorridos del modesto y empolvado vehículo. Al darse cuenta de este maltrato y sin darse cuenta, la invade una sensación que la obliga a mirar fijamente al vehículo. La Carambada’ nunca había sufrido un ataque eléctrico de esta naturaleza. ¡La carroza tenía alma!
– Pase Usted Sr. Prieto, lo está esperando el señor Presidente y doña Margarita”. ¿La señorita viene con Usted?
– Desde luego, José. ¿Todo está bien y en calma?
– Si señor, hasta ahora. El señor Presidente amaneció algo inquieto el día de hoy. Al llevarle el té de todas las mañanas, lo sentí así, asegura el asistente del alto funcionario.
– Es por mi visita José, en el fondo, don Benito me tiene miedo.
Ambos señores rieron en tanto que Leonarda seguía percibiendo nuevas sensaciones. Sentía algo especial al ver el trato que recibía como dama, presencia a la que regalaban un trato respetuoso y considerado.
– Cuidado Leonarda, recuerda que estás frente al que consideras tu enemigo y que no debes dejarte seducir por las caricias del poder. Don Benito es además de feo, un gran seductor.
El modesto Benito, después de dejar muy atrás la casa de su tío y la cárcel impuesta en un cerro con un modestísimo hato de chivas, llegó con los años, a sentir el impacto de la magia del poder. Es ese poder que cuando alguien decide tocarlo, aun cuando sea brevemente, es como escuchar el canto de una sirena, es una voz que te domina y que te convence de que todo está diseñado y hecho para ti. Quedas convencido de que lo que tocas tiene la consistencia del oro. Te proclamas como el elegido, que vienes de cuna divina desde el mismísimo Olimpo. Afirmas todos te aman y que tu voz surge como agua fresca para los sedientos discípulos que siempre te sonríen y te aplauden. Contra todas estas trampas tenía que luchar el nativo oaxaqueño, sin contar con las flechas salidas de los arcos de sus enemigos políticos.