La conmemoración del centenario de nuestra Constitución se da en un entorno en que el nacionalismo ha tomado una ola como resultado de las Trumpadas en las pasadas semanas.
¿Servirá de algo si solo sirve para rechazar a los gringos? La respuesta es no.
La sociedad mexicana de los inicios del siglo pasado pasó por varios fenómenos trascendentales para la historicidad de nuestra patria. Desde el cambio de una dictadura al arribo a la democracia, aunque haya sido solo un flash en las elecciones ganadas por Francisco I. Madero, la muerte de más de un millón de mexicanas y mexicanos en el movimiento armado, hasta la formulación de una nueva Constitución, pasando por asesinatos de presidentes durante más de una década y la persecución cristera.
La ciencia de las ciencias, la filosofía, -a través del francés J.T. Delos- definió el bien común como un “conjunto organizado de condiciones sociales por las que una persona humana pueda realizar su destino natural y espiritual”. Es relevante distinguir y evitar confundir el bien común con cualquier interés de un grupo, se trata del bien de personas humanas, que -como lo planteó otro filósofo francés, Jacques Maritain-, ese bien común se alcanza cuando los seres humanos transitan de ser individuos a ser personas que sirven al prójimo y a la sociedad en la que viven.
Estos conceptos nos ayudan a comprender la trascendencia que tiene una Constitución para una sociedad. En ella se sientan las bases para que ese bien común, al que se refirieron Delos y Maritain, pueda tener lugar. La sociedad es convivencia humana y debería de ser consciente, libre, responsable, solidaria, histórica y con fines. El hombre entonces “es”, pero solo se puede realizar en la sociedad, ya que la única forma en que sus deseos se hagan realidad es cuando es reconocido.
De manera que una Constitución es el gran marco de referencia al que todos aquellos que vivimos en esta patria nuestra nos debemos de sujetar. La sociedad entonces se vuelve una Sociedad Civil, aquella en la que, sus miembros, aceptan una conjunto de leyes que habrán de regir la conducta y la de todos los que desean pertenecer a ella. La sociedad tiende a lograr el bien común, en la medida en que les proporciona a sus miembros los mejores medios para combatir la miseria, la ignorancia, la inmoralidad y la injusticia. La sociedad entonces realiza su fin cuando el bien común se convierte en medio para que el hombre cumpla su destino terrenal y su destino espiritual para llegar a Dios.
La sociedad mexicana civilizada se ha constituido en la cultura de las personas que habitamos el territorio nacional, la acción cultural por excelencia es la educación, la que se recibe en familia, en la escuela, en el barrio, en el trabajo y en las calles y en los espacios públicos de nuestras comunidades rurales y urbanas.
Esta ola de nacionalismo que ha emergido podría ser un extraordinario pretexto para varias cosas que deseamos las y los mexicanos, al respecto de nuestra civilización. Como todo país democrático, la civilidad reside en nuestras instituciones, que son las vigías de la convivencia social, las que regulan nuestras actuaciones y las que, por acuerdo de todos, nos proveen de servicios. El inicio del siglo XXI ha enfrentado a nuestra patria a un conjunto de nuevas amenazas que atentan a la civilidad y a la cultura: el tráfico ilegal de drogas, de personas, de armas, de dinero y de derechos de autor, creando un ambiente complejo y retador a nuestras instituciones y, en consecuencia, a la civilidad.
Lo anterior ha traído una confusión, pensando que haciendo más leyes, Presidente tras Presidente y Legislatura tras Legislatura, pensaron que así, el asunto se arreglaría. En 100 años, nuestra Constitución ha sufrido 618 enmiendas hasta el año pasado, en tanto, la de los Estados Unidos 27, y una buena parte de ellas fueron con motivo de la abolición esclavitud, en el siglo XVIII y en el XIX.
El problema se encuentra en los desempeños sociales que nos hacen ser una civilización, el problema está en nuestras actuaciones como ciudadanos y en las de las instituciones que nosotros mismos hemos creado.
Ciertamente, la sociedad es un ente dinámico, en donde las relaciones evolucionan y las de nuestro tiempo evolucionan y se complican con la tecnología, sin embargo, esos son accidentes en el tiempo. Existen principios, esos no cambian en el tiempo, esos permanecen. Los diez mandamientos de la religión católica llevan ahí miles de años, no tienen enmiendas, ni reformas. Es lamentable esta confusión que ha traído una interminable cantidad de manoseos legales, cuando lo que la realidad nos está reclamando es revisar nuestra civilidad, revisar, cambiar, modernizar o transformar a nuestras instituciones para que den más y mejores resultados.
La seguridad nacional se encuentra en un paraje complejo y ambiguo. Por una parte, ser el medio de abastecimiento de drogas de Estados Unidos durante 50 años ha generado y genera un montonal de delitos que, con mucho esfuerzo, se han intentado por lo menos contener, pero, por la otra, con Trumpadas o sin ellas, la situación económica, el accidente del 2017, ha colocado a nuestra patria en condiciones delicadas, que, precisamente, demandan de todas y de todos los mexicanos civilidad.
Respetar a la Constitución y respetar a nuestras Instituciones. Ahí reside el orden social.
Cumplir 100 años con la misma Constitución, como quiera que sea, con todas sus enmiendas, es la vigente, y nos recuerda que somos un país civilizado. Si se trata de sacar la casta nacionalista, hagámoslo con sensatez y con coraje.
Es tiempo de que revisemos a nuestras instituciones, y sí, a estas, hay que enmendarlas, cuestionarlas y cuidarlas, pero desde la civilidad, para dejar mejores legados a las siguientes generaciones.
