“Mejor que Somoza, cualquier cosa” fue el lema que utilizaron los sandinistas para derribar la dictadura dinástica en Nicaragua en 1979. Hoy, en este país, sus pobladores comprueban que siempre puede haber cosas peores.
En una nueva escalada contra sus críticos y opositores, el dictador Daniel Ortega ha condenado a 5 sacerdotes a 10 años de cárcel, acusados de “conspiración” en contra de su gobierno. Ya expulsó al Nuncio Apostólico y otros 222 opositores a la dictadura fueron expulsados del país. Pero lo más grave es la condena al vapor del obispo de Matagalpa, Rolando José Álvarez Lagos, a 26 años de cárcel por “traición a la patria”, al tiempo que se le despojó de la nacionalidad nicaragüense.
El obispo Álvarez fue detenido desde agosto pasado, permaneció así 100 días y se ha negado a ser expatriado; prefirió sufrir la persecución del tirano y permanecer junto a su pueblo. Lo que ocurre en Nicaragua nos recuerda la persecución callista de 1926-1929 que ensangrentó nuestro país y lo único que logró fue fortalecer a los perseguidos.
Ortega es un tirano marxista, corrupto, incestuoso y enfermo de poder. No puede soportar la enorme popularidad del obispo Álvarez, tal vez la figura más apreciada por los nicaragüenses. Ortega es un nuevo Somoza que le ha causado más daño a su país que todos los Somoza juntos. Resulta increíble que los nicaragüenses hayan vuelto a votar por él en 2007, luego de haber ocupado oficialmente la jefatura del gobierno de 1985 a 1990, aunque desde la revolución sandinista formó parte del mismo.
Y más increíble se hace que los gobiernos democráticos de la región y del continente no hayan tomado medidas contra quien ha pisoteado no sólo los más elementales derechos humanos, sino todo signo de libertad, de seguridad, de prosperidad en Nicaragua. Aliado y protector del crimen organizado, su presidente acerca cada vez más al país centroamericano a la orilla de un estado fallido, con todos sus índices e indicadores en caída libre.
No prevalecerá el tirano. Pero el sufrimiento que ha estado produciendo en su pueblo no tiene paralelo; no tiene forma de ocultarlo. Su persecución a la Iglesia que sigue la gran mayoría de la población constituirá el talón de Aquiles de su poder. Al final del día, el pueblo de Nicaragua mostrará a quien quiera verlo que es una pésima política la de perseguir las conciencias de una nación.