Mario Maraboto
Es un hecho probado por la consultoría Spin, que el actual presidente de la República, desde que inició su mandato, dice en promedio en cada conferencia mañanera 88 afirmaciones no verdaderas, acumulando a la fecha más de 100,000. Es decir, miente constantemente y así lo ratificó ayer una senadora en un noticiero radiofónico.
Todos llegamos a mentir, según las circunstancias, generalmente en afán de disminuir los efectos de una verdad (por ejemplo, ante algo grave); es lo que se llama “mentiras piadosas”, pero hay quienes mienten patológicamente expresando mentiras en las que sólo ellos creen narrando la realidad de forma errónea, como lo hacen los mitómanos
El Diccionario de la Lengua Española define al mitómano como “una persona dada a la mitomanía”, y define a ésta como: “Tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciéndola, la realidad de lo que se dice”. Para la mayoría de los psicólogos, el mitómano narra relatos complejos donde él es el protagonista, generalmente en el papel de víctima o héroe. El psicólogo uruguayo Bruno Casanova explica que “para quienes estén cerca de estas personas, las mentiras resultan evidentes y aunque se le confronte, es común que se niegue a reconocerlas”. Esta característica define la patología.
Dado el anterior contexto, podría pensarse que el actual presidente de México es mitómano: vive su propia realidad engrandecida (México va requetebién), es la víctima de todo lo malo que ocurre en el país (lo hacen para desprestigiarme) y se niega a aceptar la realidad (tengo otros datos). Pero no es así, las mentiras del mitómano no tienen un beneficio claro, pero las del presidente sí: ganar simpatía y adeptos a su movimiento diciendo que el país va muy bien, que él es el mejor presidente y que todo lo malo que se difunde es porque lo quieren dañar a él.
El doctor Christian L. Hart, autor del libro “Pathological Lying: Theory, Research, and Practice” (Edit. American Psychological Association), explica “aquellos políticos que están más dispuestos a mentir tienden a tener más éxito en su carrera. Por tanto, mentir puede ser importante para la supervivencia en el mundo de la política”. Es decir, mentir, para el político, es parte necesaria del trabajo para salirse con la suya.
La mentira en los políticos no es novedad. Recodemos a Maquiavelo y su oba “El Príncipe” (1532) en la que argumenta que la mentira es una herramienta útil para los gobernantes, ya que les permite mantener el poder y controlar a la población. En el Capítulo 15 expresa: “el príncipe debe parecer virtuoso y debe ser virtuoso, pero debería poder ser de otra manera cuando el tiempo lo requiere; eso incluye ser capaz de mentir, aunque por mucho que mienta, siempre debe mantener la apariencia de ser sincero”.
Desde la óptica de Maquiavelo, la mentira es necesaria para el gobernante a fin de mantener el poder y controlar los destinos propios a partir de hacer sentir a los demás que sus mentiras son la única verdad, por lo que quien aspire a ser un gobernante de éxito, no ha de dudar en realizar promesas para luego incumplirlas: “Un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses”, se lee en El Príncipe.
Al parecer, desde que inició la carrera de Ciencias Políticas en 1973 y hasta que obtuvo su cédula profesional en 1989, el actual presidente lo único que aprendió fue vivir conforme El Príncipe y seguramente Maquiavelo estaría orgulloso de él porque lo ha hacho a la perfección. AMLO no es un mitómano, es un ser maquiavélico.