Alejandro Gutiérrez
Con la nueva farsa de los “resultados” de la investigación sobre lo ocurrido en Ayotzinapa, la izquierda mexicana en general, incluida la que ahora detenta el poder, de nuevo se ha lanzado para ensuciar la imagen de las Fuerzas Armadas acusándolas de las “masacres” del 68 y del 10 de junio de 1971. Ambas son falsas.
Ya el señor que hace las veces de presidente del país señaló a finales de junio de 2019 que si pudiera desaparecería al Ejército y lo convertiría en Guardia Nacional. También que en caso de tener que defender a la nación “la haríamos todos”. Esto seguramente bajo sus amplísimos conocimientos sobre estrategia y tácticas militares y su liderazgo que tantos bienes y logros le han traído al país.
La izquierda odia al Ejército, en México y en el mundo. Donde quiera que se ha hecho del poder, lo ha sustituido por sus milicias populares o, por lo menos, lo ha debilitado hasta hacerlo inoperante.
Pero la izquierda miente y pretende engañar. El año 1968, especialmente el 2 de octubre de 1968, el Ejército no masacró al pueblo, como pretende desde entonces la izquierda. Más bien el Ejército pretendió ser emboscado; los primeros disparos ante los cuales fueron heridos varios soldados, entre ellos el General de paracaidistas, José Hernández Toledo, fueron efectuados desde el edificio Chihuahua de Tlatelolco por sujetos que mandó el entonces secretario de Gobernación, el recientemente fallecido Luis Echeverría.
Y es que él no iba a ser el elegido por Gustavo Díaz Ordaz, por lo que a trasmano orquestó todo el hoy famoso movimiento “estudiantil” para así arrancarle la candidatura al entonces presidente. Y lo logró, con los resultados nefastos para el país: un demagogo corrupto y autoritario que mandó eliminar a ciudadanos clave, como don Eugenio Garza Sada, vía el grupo terrorista que el mismo Echeverría controlaba.
Respecto al 10 de junio de 1971, el Ejército no tuvo nada que ver. La acción fue realizada por un grupo de golpeadores que controlaba el entonces Regente-Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal y que tuvo como resultado que Echeverría se deshiciera de él, en aquella fiebre por controlar todo bajo su mano.
El Ejército mexicano en particular, y las Fuerzas Armadas en general, tienen que resistir al neo Echeverría, a sus afanes por corromperlos y así diluirlos, a los ataques y señalamientos por parte de la izquierda y de un gobierno corrupto, si los hay.