Alejandro Gutiérrez Balboa
Como consecuencia de la muerte de un joven musulmán a manos de la policía, en la ciudad de Nanterre -uno de los suburbios de París-, el pasado martes 27 de junio, se desató por toda Francia una serie de motines e incontables ataques contra muebles y edificios gubernamentales, así como incontables vehículos y propiedades privadas, creando el caos y terror durante varios días.
Las escenas, muy similares a las ocurridas en varios países latinoamericanos tienen todo, menos espontaneidad y nos muestran la fragilidad de las sociedades ante embates bien organizados y financiados por adversarios políticos de los gobiernos a los que se pretende atacar.
En medio de la turbulencia, trascendió una carta dirigida a las autoridades francesas por un grupo de militares en activo y en retiro, en la que denuncian la desintegración que se pretende efectuar del país, el claro propósito de generar malestar y odio, al tiempo que exigen a los dirigentes políticos erradicar los peligros a fin de evitar la guerra civil, lo que constituye el propósito final de quienes están detrás de las movilizaciones.
Son las fuerzas armadas, sin duda alguna, al mismo tiempo el primero que el último escudo de defensa con que cuenta un país para su defensa ante ataques provenientes del exterior, al margen de que se presenten enmascarados con fuerzas locales, como es el caso francés y los casos ocurridos en América Latina. El llamado del grupo de militares franceses a las autoridades políticas se centra no sólo en advertir las consecuencias de no actuar, sino de lo que se ha dejados de hacer en ese país.
Algo similar hace falta en México: un pronunciamiento público y claro advirtiendo de los riesgos de continuar con el actual proyecto político que claramente conduce a un modelo caduco, fracasado e inviable, al tiempo que ha permitido, asociándose con ellas, que fuerzas criminales se enseñoreen del país, con total impunidad, supliendo tareas exclusivas del gobierno y carcomiendo los pilares que sostienen la fortaleza de la nación. La coyuntura, por si fuera poco, se presenta inmejorable para el país, no así para los que hoy están a cargo de los principales puestos.
Se miran en el horizonte luces de esperanza, pero se requiere un pronunciamiento claro, definitorio, que apunte a asegurar el progreso, la unidad nacional y advierta los peligros de un divisionismo y descalificación de adversarios.